El primer plan de ordenación que se redactó fue el de Banyeres del Penedès, un municipio agrícola de menos de 2.000 habitantes, que dependía económicamente de los puestos de trabajo que ofrecía una de las grandes industrias que se encontraban en la comarca. Fue un documento seguramente excesivo, en relación con las tensiones urbanas que sufría, pero nos sirvió para reflexionar sobre la relación histórica que había entre las transformaciones económicas de la agricultura y las formas de colonización del territorio.
En este plan se trataba de ver como cada cambio en las formas de explotación agrícola o industrial del territorio se traducía en las formas de construcción de las comunicaciones y del espacio residencial. Así pues, fue posible descubrir como el paso de la economía cerealista a la viña se reconocía en la aparición de los pequeños crecimientos residenciales en torno a las masías, o como se pasaba del camino rural –como pauta de crecimiento a la carretera de acceso– a la estación de ferrocarril del municipio vecino –como infraestructura de soporte para una pequeña parcelación suburbana– y del crecimiento por agregación de parcelas y edificación de viviendas a la suma de operaciones autónomas para grupos de vivienda obrera, cuando la economía industrial llegó a la zona.
El plan sirvió para poner orden y engarzar las primeras urbanizaciones de segunda residencia, que se habían descolgado de la red territorial de caminos, y a su vez, fijar las reglas de edificación, que hasta la fecha se habían regido por la costumbre, pero que peligraban con la llegada de interpretaciones ridículamente especulativas.