La ordenación urbanística de Castell-Platja d’Aro formaba parte de la revisión del planeamiento de tres municipios del valle del Ridaura. Planteó numerosos interrogantes, porque se trataba de un municipio exclusivamente turístico que se había desarrollado sin un planeamiento creíble. A pesar de los antecedentes, el caos y la corrupción que había reinado, se apreciaba un cierto orden tanto en el trazado de la red viaria como en la distribución de usos en el territorio.
El desarrollo turístico de Platja d’Aro reunía todos los tópicos del turismo de la época: las urbanizaciones de prestigio, inspiradas en las de la costa cantábrica francesa; el frente marítimo edificado en altura, con resonancias procedentes de la Costa Azul y Montecarlo; la marina, inspirada en el Languedoc y arquitectura brutalista; la arquitectura moderna de la mano de Antonio Bonet Castellana, y una actividad frenética en el comercio, la moda o la fiesta nocturna. En Platja d’Aro había de todo excepto oferta hotelera, debido a una cláusula monopolística que se había incluido en los primeros contratos de compra-venta. La cuestión más importante que se tuvo que desentrañar en este plan fue entender las claves territoriales y económicas de la urbanización turística. La estructura territorial se puso de manifiesto con el dibujo de una perspectiva a vista de pájaro, en la que se veía que el orden geométrico de la red viaria y el parcelario procedían del catastro de rústica trazado a principios del siglo veinte, en los trabajos de desecación y rotulación agrícola de todo el valle. Si se respetaba esta pauta y se entendía como se habían ido especializando las diversas partes del tejido urbano, se obtenían las claves para resolver los problemas de congestión de la trama urbana y de ordenación del caos urbanístico.